viernes, 20 de agosto de 2010

Una serie de (pequeñas) catastróficas desdichas

Últimamente andaba con muchas cosas en la cabeza, insignificantes, quizá, pero que me quitaban tiempo y energía, y me dificultaban ver con perspectiva determinadas decisiones más o menos enjundiosas. Y aunque me declaro una persona agnóstica, eso no impide que quede un resquicio de esperanza, igual que sigo jugando a primitivas, euromillones y demás juegos de guardar contra los designios de las probabilidades, por lo que se me ocurrió “pedir” y esperar si recibía alguna señal que me indicara cuál podría ser el paso más acertado a realizar.

A partir de aquí, se han sucedido una serie de (pequeñas) catastróficas desdichas que suman y siguen al desorden mental preexistente y que no sé si interpretar o limitar al reino de las coincidencias, casualidades y/o hechos paralelos sin conexión: me anulan imprevistamente a última hora una cita para ir al cine a ver una película que llevaba tiempo queriendo ver, tras arduas negociaciones previas; se me rompe una pata del perchero al que, absurdamente, porque es un objeto, le tenía aprecio, y me quedo con una parte en la mano, otras dos por los suelos junto con las prendas que estaban colgadas (y aún me felicito de que mi cabeza haya salido indemne); anulan por la lluvia un conciertillo de un amigo en unas fiestas cuando ya había llegado luchando contra los elementos (quizá mi cabeza no salió tan indemne, podía haber previsto que un concierto al aire libre y una tormenta de verano son incompatibles pero lo que decía, puede la esperanza contra las probabilidades); y por último, por reciente, pero no por menos importante, esta mañana al ir a abrir la puerta del lavabo el pomo se ha negado, ha girado todo lo que daba de sí pero la puerta seguía igual de cerrada. Suere que estaba por la parte de fuera, si no, me veo pidiendo que me pasen la comida y un portátil por el ventanucho de ventilación. Y ya puedo anunciar que no sirvo para ladrón, o no le he puesto suficientes ganas y empeño o esta puerta es a prueba de tarjetas de crédito (no me quedaban radiografías). Aún tengo que intentar algún otro remedio bricomaníaco antes de llamar (y pagar) a los profesionales.

Y aún no ha acabado la semana.

Tampoco es que no me hayan sucedido cosas positivas, pero la sensación que permanece es la de los inconvenientes, no sé si por disposición personal o por tendencia humana general. Y sigo como al principio, si no peor, porque continúo con las muchas cosas insignificantes rondando mi mente y las decisiones pendientes que repercutirán considerablemente en mi vida a corto, medio e incluso largo plazo, además de que ahora tengo que decidir si lo que ha sucedido, todo o parte, son o no una señal y de qué.

A veces me dan ganas de tirar una moneda al aire y dejar que el azar rija mi vida, aunque eso chocaría con mi racionalidad responsable (ya entraremos en otro momento en la teoría de la responsabilidad irresponsable).

De todos modos, siempre puedo decir que la culpa fue del perchero, por caer del lado equivocado.

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