lunes, 30 de agosto de 2010

Dispersión (cosas de tiempo II)

A veces no va de dos horas y a veces te va de un minuto. Si pensara lo que quiero/debo hacer en una secuencia lógica y ordenada de sucesos, ahorraría tiempo y lo podría emplear en perderlo. Pero no, me distraigo del objetivo, de los objetivos, olvido lo que iba a hacer y vuelvo sobre mis pasos, y una concatenación perfecta de haceres se transforma en un errático baile de despropósitos. Quien no tiene cabeza tiene pies (o dinero).

A veces, tiempo es lo único que sobra, tiempo cautivo de inactividad, un atasco, la cola del supermercado, una sala de espera, donde intentas reordenar tu agitada vida trasladada forzosamente a una burbuja, del reloj digital al reloj de sol, tu vida en un pedacito de ámbar, y distraes el impulso de actuar con un libro, unos pasatiempos, unos pensamientos, un intento fútil de aprovechamiento. Qué útil sería una función de stand-by cerebral, desconectar cuando no puedes utilizar. Qué capitalista la noción de tiempo útil, de productividad, el tiempo vale lo que valga en lo que lo has empleado.

Y el tiempo sigue transcurriendo, grano a grano, dígito a dígito, latido a latido.

viernes, 20 de agosto de 2010

Una serie de (pequeñas) catastróficas desdichas

Últimamente andaba con muchas cosas en la cabeza, insignificantes, quizá, pero que me quitaban tiempo y energía, y me dificultaban ver con perspectiva determinadas decisiones más o menos enjundiosas. Y aunque me declaro una persona agnóstica, eso no impide que quede un resquicio de esperanza, igual que sigo jugando a primitivas, euromillones y demás juegos de guardar contra los designios de las probabilidades, por lo que se me ocurrió “pedir” y esperar si recibía alguna señal que me indicara cuál podría ser el paso más acertado a realizar.

A partir de aquí, se han sucedido una serie de (pequeñas) catastróficas desdichas que suman y siguen al desorden mental preexistente y que no sé si interpretar o limitar al reino de las coincidencias, casualidades y/o hechos paralelos sin conexión: me anulan imprevistamente a última hora una cita para ir al cine a ver una película que llevaba tiempo queriendo ver, tras arduas negociaciones previas; se me rompe una pata del perchero al que, absurdamente, porque es un objeto, le tenía aprecio, y me quedo con una parte en la mano, otras dos por los suelos junto con las prendas que estaban colgadas (y aún me felicito de que mi cabeza haya salido indemne); anulan por la lluvia un conciertillo de un amigo en unas fiestas cuando ya había llegado luchando contra los elementos (quizá mi cabeza no salió tan indemne, podía haber previsto que un concierto al aire libre y una tormenta de verano son incompatibles pero lo que decía, puede la esperanza contra las probabilidades); y por último, por reciente, pero no por menos importante, esta mañana al ir a abrir la puerta del lavabo el pomo se ha negado, ha girado todo lo que daba de sí pero la puerta seguía igual de cerrada. Suere que estaba por la parte de fuera, si no, me veo pidiendo que me pasen la comida y un portátil por el ventanucho de ventilación. Y ya puedo anunciar que no sirvo para ladrón, o no le he puesto suficientes ganas y empeño o esta puerta es a prueba de tarjetas de crédito (no me quedaban radiografías). Aún tengo que intentar algún otro remedio bricomaníaco antes de llamar (y pagar) a los profesionales.

Y aún no ha acabado la semana.

Tampoco es que no me hayan sucedido cosas positivas, pero la sensación que permanece es la de los inconvenientes, no sé si por disposición personal o por tendencia humana general. Y sigo como al principio, si no peor, porque continúo con las muchas cosas insignificantes rondando mi mente y las decisiones pendientes que repercutirán considerablemente en mi vida a corto, medio e incluso largo plazo, además de que ahora tengo que decidir si lo que ha sucedido, todo o parte, son o no una señal y de qué.

A veces me dan ganas de tirar una moneda al aire y dejar que el azar rija mi vida, aunque eso chocaría con mi racionalidad responsable (ya entraremos en otro momento en la teoría de la responsabilidad irresponsable).

De todos modos, siempre puedo decir que la culpa fue del perchero, por caer del lado equivocado.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Cosas de tiempo

Cosas, multitud de cosas, cosas que compras, cosas que te regalan, cosas que encuentras y que piensas que en un momento u otro te servirán para algo. Cosas que se quedan, que se llenan de polvo, y no tiras por un sentimiento de Diógenes alimentado por la Ley de Murphy que dice que vas a necesitar ahora lo que justo descartaste ayer, y por la Ley del eterno retorno, las modas son cíclicas y cada vez más rápidas, y en crisis no estamos para gastar. Cosas que llenan vacíos, que llenan huecos, que parasitan el ser con el tener, cosas que se apilan y absorben tu espacio vital, te arrinconan y amenazan con aplastamientos, un nuevo sentido a caerse la casa encima.

Pero qué pereza cada vez que piensas en deshacerte de ellas, por la revisión y la valoración que hacer, porque no te atreverás a cortar por lo sano. Debería mudarme cada dos años, como mucho, y ver que todo lo que tengo que valga la pena lo llevo conmigo.

Te propongo que no me regales cosas, no regalarte cosas. Te regalaré mi tiempo.

Tiempo, falta de tiempo, lleno de cosas que hacer, cosas que prometiste, que te obligaron, que no has podido evitar…

lunes, 9 de agosto de 2010

GPS canino


Soy urbanita, para qué vamos a engañarnos. Si hubiera algún tipo de desastre o tuviera que irme a algún reality show a alguna isla desconocida, seguramente moriría de inanición antes de poder cultivar o cazar algo comestible. La generación anterior (padres, tíos, sin tener que remontarme a abuelos), que en parte proviene del medio rural, no tendría estos problemas, sabría cuándo, dónde y como buscarse la vida o, al menos, intentarlo.

Ayer fui a una zona montañosa que tengo a 15 minutos en coche, teóricamente a pasear a tres perros, en la práctica a que me pasearan a mí. No es una zona grande y van casi cada día, con lo que me habían dicho que se conocen todos los caminos, y como he ido algunas otras veces, pensé que sería suficiente seguirlas para una agradable caminata de aproximadamente una hora.

Pero no se puede confiar en un GPS canino. Los caminos que te muestran son inescrutables e inexpugnables, tengo señales de zarzas que lo demuestran. Cuando hace un tiempo que no pisas una zona así, como era mi caso, la vegetación ha cambiado y si no tienes unas referencias claras, pues lo que pasa, que sabes aproximadamente dónde estas y a dónde quieres llegar, pero no sabes si el camino es el correcto. Resultado: triple de tiempo, sol y cansancio, y convencimiento total de que el campo no es lo mío, por domesticado que esté, que al fin y al cabo está rodeado por civilización por todos lados.

Suerte del móvil para conseguir orientación. Y no, no llamé al teléfono de la esperanza, llamé a alguien de la generación anterior...



jueves, 5 de agosto de 2010

Epatar

Pretender asombrar o producir asombro o admiración.