miércoles, 18 de noviembre de 2009

Salomón, 3M

Metro, primera hora de la mañana. Flujo ordenanamente caótico (o caóticamente ordenado) de personas que van y vienen. Van y van, pocas vienen, pero van a lugares opuestos, por tanto, según mi posición relativa, vienen. Rutina ordinaria, parar, abrir puertas, vomitar gente hacia la gente apelotonada fuera que espera su turno para apelotonarse dentro. Cierre de puertas y mutis por el túnel.

Carreras por entrar, prisas por no esperar 3 minutos, porque a estas horas puede representar la diferencia entre llegar a secas o llegar tarde. Carreras de preadolescentes por la emoción de llegar antes de que se cierren las puertas (¿Germen o consecuencia de la actual sociedad competitiva?). Una entra, sonriente, triunfante, medalla de oro en 50m andén; la otra frena ante la puerta, con cara de susto, ya que la puerta se cierra y se va a quedar fuera. Una mujer, presumo la madre de ambas (se parecen, una un poco más rubia, la otra un poco más alta), se debate en milésimas y se lanza valientemente entre las puertas que se cierran, quedando equitativamente entre ambas, las puertas y las hijas, nueva versión del juicio de Salomón, en la que no se reparte un hijo entre sus dos supuestas madres, sino una madre entre dos hijas que presumo ciertas. Y como entonces, la espada se retira y la madre sigue entera, con una niña de cada mano, retomando la rutina.

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