viernes, 8 de octubre de 2010

Telepredicando y con el mazo dando

Ayer, volviendo a casa, pasé al lado de unas cabinas telefónicas en la que había una señora de cierta edad hablando y un señor de edad incierta esperando. Si bien hace un par de años las consideraba (las cabinas) casi reliquias de interés histórico, mal conservadas la mayoría y sin interés en arreglarlas dado que prácticamente todo el mundo tenía un móvil (o más, había más líneas móviles registradas que población), últimamente veo más usuarios, causados seguramente por la crisis.

En vez de cabinas, deberíamos llamarlas postes de teléfonos, o con otras palabras por el estilo si queremos evitar la confusión con el típico poste de madera del que cuelgan los hilos telefónicos, porque de cabina ya tienen poco, y la conversación, a poco que uno tenga orejas, es poco menos que pública. Debe ser por eso que las llaman cabinas públicas. Y la sorpresa fue al escuchar que la usuaria del teléfono, con un tono grandilocuente estaba citando unos párrafos o versículos de algún texto religioso que mi memoria no almacenó, donde se indicaba que no sólo había que profesar la fe sino también propagarla entre los demás. Proselitismo telefónico, lo último que me quedaba por oir.

El discurso seguía, y yo hacia mi casa, así que dejé a la telepredicadora que siguiera con sus labores religiosas.

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