martes, 15 de diciembre de 2009

Quemando fósforos

Cuando voy hacia el trabajo suelo poner el piloto automático. Quiero decir, es temprano por la mañana, tengo sueño, tengo prisa, tengo frío (nadie diría que carezco de posesiones...), el camino casi lo podría hacer con los ojos cerrados de tan conocido, por lo que normalmente dejo que mis pies me lleven mientras mentalmente voy divagando, eso que se me da tan bien.

Esta mañana iba picoteando en la lista de "cosas pendientes" y como una cosa lleva a la otra (tengo que hablar con C. / qué bueno aquella vez que ---), me he sorprendido sonriendo en medio de la calle. Y de repente, una luz como la de un fósforo me ha llevado a otro pensamiento, quizá porque las fechas son propicias, al cuento de la pequeña cerillera.

Supongo que ya lo conocéis, aquél en el que una pequeña vendedora de cerillas, en unas navidades especialmente frías, al no vender nada, se refugia y enciende sus últimas cerillas, que le proporcionan unas cálidas imágines/recuerdos hasta que muere de frío. Sí, ya sé, actualmente la Disney ni por asomo haría una película de este cuento, le caerían demasiadas demandas millonarias por traumas infantiles.

Pero a lo que iba, de repente mis recuerdos me han parecido una cálida cerilla en una época especialmente fría, en muchos sentidos. Y ya, de buena mañana, me he hecho el firme propósito de evitar la congelación.

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