lunes, 7 de diciembre de 2009

Las culpas ajenas

Hace poco oí a alguien comentar que en este país cuesta mucho asumir la responsabilidad y decir sí, me he equivocado, lo siento, ¿qué puedo hacer para arreglarlo?. O, si no es posible enmendarlo, ¿hay alguna cosa que pueda hacer para reparar los daños?

La verdad es que yo también tengo esa sensación, personal y colectiva. Colectivamente, sólo hay que ver las pocas dimisiones que se producen, por ejemplo, o la cultura del escaqueo y de que si no te cogen no ha pasado nada. Personalmente, no me cuesta tanto asumir mis errores como el hacerlos públicos. Y creo que no es por la idea de escaquearme de las consecuencias, que habrá quien lo haga por este motivo, sino el asumir que me he equivocado, que no he alcanzado la corrección en algo dicho o hecho y, además, que los demás conozcan mis fallos.

¿Es menor un fallo que no lo conocen los demás? ¿Es la dimensión pública del error, las consecuencias, lo que nos hace querer esconderlo? ¿Si fuera un error íntimo, del que nadie tuviera noticia, nos preocuparía menos ocultarlo? ¿O también queremos engañarnos a nosotros mismos?

Desconozco si es algo contemporáneo o lo arrastramos desde los inicios de los tiempos, si es algo propio o endémico del ser humano. En la historia se registran los perdedores desde el punto de vista de los vencedores, con lo que mucho prestigio no es que tenga. No se registran los intentos sino los logros, y los que han desaparecido por el camino se desvanecen en el desconocimiento, si no es para aumentar el prestigio de los que sí lo consiguieron. Los perdedores, la masa gris, es el fondo en el que destaca el brillo de un logro. Pero, ¿qué consideramos un éxito? ¿Conseguir algo? ¿Conseguir algo que querías tú mismo? ¿Conseguir algo que ansiaban los demás? ¿Lograr algo que nadie más había alcanzado? ¿El clásico más alto, más fuerte, más lejos? ¿Valemos lo que nuestro éxito o fracaso?

Personalmente, me cuesta asumir las equivocaciones propias porque no tolero menos que la perfección personal, al menos en ciertos ámbitos. En otros el criterio es más relajado, lo mismo que con los errores humanos ajenos. Admito cosas en otras personas que no tolero si las hago yo, es lo que tiene ser perfeccionista y masoquista, quizá. Pero este, si acaso, es tema para otro día. Hoy sólo tengo preguntas y ninguna respuesta. ¿Otro fracaso?

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